Cuando las redes sociales están destinadas a mercadear los servicios o productos de las personas, creo que es una herramienta extraordinaria. Sin embargo, cuando están destinadas a mercadear la vida privada de las personas, creo que tiene un efecto nocivo sobre nuestra autoestima. A través de las redes sociales la gente se obsesiona en mostrar su mejor cara, su mejor momento, esperando ansiosamente el resultado de “Likes” que recibe y así determinar el estado emocional en que estará ese día. Únete a la campaña “Yo no posteo mi vida, Yo Vivo mi vida”. Acostumbrémonos a ser nuestros propios generadores de validación. El “Like” debe venir de adentro de nosotros y no esperarlo de afuera. Así dejaremos de ser esclavos de la aprobación y de la opinión de los demás.
Atrevámonos a vivir cada instante de nuestras vidas estando presente y que nos haga sentido a nosotros y no al resto. Desarrollar nuestra madurez e individualidad involucra conocernos, invertir tiempo en descubrir que nos gusta, que no nos gusta, que nos hace bien, que no nos hace bien, que nos apasiona. Este proceso es sumamente íntimo y encantador. Descubrir nuestras cualidades nos hace únicos y magnéticos. Todo lo contrario sucede cuando, como zombies, vemos lo que los demás postean en sus redes. Es tiempo que no invertimos en nosotros, sino en observar, espiar, y en algunos casos envidiar la presunta perfecta vida de nuestros amigos.
Ver la vida de los demás, inevitablemente nos lleva a compararnos. Vemos los logros de otros y comenzamos a juzgarnos a nosotros mismos, demandándonos ese mismo nivel y tipo de éxitos; sin entender que lo que le hace bien a una persona no necesariamente le hace bien a otra. Juzgarnos a nosotros mismos es el inicio de la autocrítica, el comienzo del dialogo interno negativo, donde nos decimos cosas desvalorizantes, hirientes, que refuerzan creencias limitantes que ya poseíamos como: “Esa vida de foto esta fuera de mi alcance”, “Ese nivel de vida es solo un sueño para mi” “Todos parecen tan felices y yo no me siento así” “Si tan solo tuviera ese tipo de vida, entonces si sería feliz” “Soy raro”, “Soy un perdedor”.
El espectador creerá siempre que le falta algo para ser feliz, porque siempre habrá algo que envidiar de la vida de los demás. Su vida siempre parecerá mediocre a sus propios ojos. El exibidor-posteador, por otra parte, que pareciera tenerlo todo, vacía su vida de significado e intensidad por la obsesión de querer convencer al mundo de lo extraordinaria que es su vida, en vez de de hecho vivirla. El objetivo ideal es que nuestra autoestima nunca este en juego. La autoestima es el valor que nos otorgamos a nosotros mismo que nunca debería variar. No debemos dejar que las comparaciones nos lastimen o menoscaben nuestro valor. Para desarrollar una autoestima saludable, debemos considerarnos merecedores de respeto, amor y consideración, y lo demostramos actuando así con nosotros mismo. No esperamos que otros nos demuestren amor para luego darnos amor a nosotros. Es al revés. Nos damos amor, respeto y consideración primero a nosotros. De esta forma, nuestra autoestima y valor propio solo dependen de nosotros. Esta bajo nuestro control. Y no esperamos como mendigos que otros vean nuestro valor y ahí sentirnos bien. Sentirnos bien o mal solo está en nuestras manos. Es nuestra responsabilidad. Sin importar si a la gente le gusta o no lo que hacemos, mantener esa noción de valor en los buenos y en los malos momentos es uno de los desafíos más grandes que tiene el ser humano.
Otro efecto colateral que tienen las redes sociales, es la tergiversación de valorar la vida a través de los momentos extraordinarios que son posteados y desvalorizar los dulces detalles de nuestra vida diaria: la sensación del primer sorbo de café en la mañana (mate en mi caso), la temperatura de la cama justo antes de levantarte, el momento en que lees el último párrafo de un libro, ver las estrellas mientras el frío te recuerda que estas vivo, ver cómo cambia la luminosidad en el atardecer, sin hacer nada más que atestiguar el cambio de luz, sonríele a un extraño y que te devuelvan la sonrisa. La vida está ahí, en pequeños instantes que a diario los desperdiciamos por compararlos con los magníficos momentos donde especulamos seremos felices. La felicidad está ahí y la dejamos escapar entre nuestros dedos. Aprendamos a apreciar los pequeños momentos y no dejemos que nadie dicte la forma en que vivimos nuestras vidas.